El clima mundial se ha convertido en poco menos que la más fantástica película de calamidades, pasamos de sequías asesinas de cosechas, ganado y humanos a las no menos temibles inundaciones, el patrimonio de las familias es degradado a cero en cuestión de minutos, transitamos del verano al invierno el mismo día.
En las últimas décadas del pasado siglo era una nota de conmoción enterarnos de tragedias por desastres naturales, la solidaridad mundial era pronta e incondicional, como todos sabemos el panorama ha cambiado al punto de que no sólo las regiones pobres son devastadas, han desaparecido ciudades enteras como Nueva Orleans o Indonesia. El detonante de estos desastres es atribuible al cambio climático, los incontenibles huracanes son producto de la elevación térmica de la superficie marítima.
Para México la frecuencia de los desastres naturales ha implicado una importante suma de recursos materiales. En la década de los años ochenta el costo de las calamidades naturales (incluido el dramático terremoto de 1985) fue equivalente a 8,000 millones de dólares; en década de los noventa este indicador se ubicó en un costo de 6,000 millones de dólares. En lo que va del siglo el reclamo de la naturaleza ha sido cercano a los 4 mil millones de dólares. La historia reciente de los huracanes y sus efectos negativos se recrudecen con el paso del tiempo. En los últimos 20 años, estos desastres han costado a la sociedad mexicana el equivalente al de los terremotos más severos que hayamos experimentado en medio siglo.
Un hecho trillado, poco memorizado y mucho menos atendido es la escases de agua, en el planeta se especula que del total de este líquido en la tierra sólo el 2.59% es dulce. Así tomando esta pequeña cantidad el 2% se encuentra en los casquetes polares (congelada), el porcentaje de agua subterránea es de 0.59%, por último en nuestros secos y contaminados lagos y ríos tenemos fácil acceso al 0.014% del refrescante líquido, la conclusión es una obviedad, no nos sobra el agua.
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